Valor, Voluntad y oVarios


Relato de parto de mi primera hija, India Maria.

Voy a empezar a redactar esta experiencia por mí. Para relajarme, soltarlo e intentar pasar página, porque la frustración que siento no tiene límite.

Eran las 22PM y estaba hablando tranquilamente con mi marido, el Chino, en la cama. Yo sentada en flor de loto, él justo ante mí, mirándome fijamente a los ojos. De repente “PLOF!”, algo me estalló dentro.

– Creo que he roto aguas.

Sus ojos me penetraron aún más. Se levantó exaltado. Yo me quedé en la misma posición mirando mi tremenda panza sólo con un pensamiento en mi cabeza: Ya llegas India.

Así que nada, me levanté con calma y me dirigí a darme una ducha. El Chino alucinó, pero así aprovechó para acabarse su cigarrillo y picar algo, sabíamos que lo que venía no era cosa de broma, que iba a requerir tiempo y paciencia.

Fui rápida, y al parecer el proceso también. Una vez fuera las contracciones eran incontrolables. La salida fue fugaz, nos dirigimos urgentes a Av. Colón a por un taxi hacia el Hospital Sant Pau. Menos mal que el taxista entendió la situación y fuimos rápido, road to heaven, para urgencias, yo respirando y el Chinito alucinando. Pagamos al amable conductor y entramos a lo que iba a ser nuestra gran odisea.

Para poneros en situación, yo me encontraba de 38 semanas, justo a partir de ese momento una mujer puede dar a luz en cualquier instante. Hay que estar alerta. Y como yo lo quería tener bajo control, la semana anterior a aquella tuvimos una charla con una enfermera de la unidad de parto, muy maja. Ella nos explicó el funcionamiento del hospital. Me acuerdo perfectamente, era una tarde soleada, nos encontrábamos en una sala suavemente iluminada y tranquila, rebosante de paz. La enfermera tenia una solera, una chispa que me dejaron cautivada. Unas buenas instalaciones disponibles para mi petición del PLAN DE PARTO, total un buen acuerdo, un buen lugar donde dar a luz. Le comenté que necesitaba penicilina antes de empezar el alumbramiento.

-No te preocupes, tú cuando rompas aguas vienes tranquilamente. El proceso suele tardar así que no te preocupes y el plan de parto lo dejo aquí con tu historial. Perfecto, pues ya lo tenemos todo.

Todo acordado. Sensación agradable, fuera el miedo me dije. Parecen todos muy profesionales y según su web todo está bien preparado, tienen experiencia en parto natural.

Porque os explico. El miedo me viene porque soy una de esas chicas new age. No llego a ser vegetariana (aún) pero me estoy introduciendo mucho más dentro de una corriente filosófica que defiende la naturalidad del cambio, de los procesos, de la vida. Total que dentro de toda esta parranda mental me autoconvecí en tener un parto natural. De esos tranquilos sin ningún tipo de medicación que modifique el proceso. Estuve bastante tiempo preparándome, charlando, leyendo, meditando y aceptando interiormente que el dolor al final es un trámite que pasa.

Mi intención era tenerla en casa, pero claro, mi sueldo y el de mi Chinito no alcanzan para el mercado que nos sugerían doulas y comadronas hippies que luchan por los derechos de la mujer. De todas formas el hospital está lleno de profesionales y seguro no es tan grave como se comenta en los alrededores ¿Tan terrible será no tener epidural o oxitocina? No creo.

Volviendo al momento cumbre. Entramos en urgencias, un largo camino me esperaba hasta llegar a la unidad de parto. Yo para entonces ya estaba aullando como una loba herida, en algún lapso pensé en la silla que suelen traer a las parturientas en las películas. Igualmente dicen que caminar va bien para las contracciones. Así que al final del pasillo encontramos la sala de espera . Aullé y aullé, pero tenia que esperar mi turno. Por fin entramos.

Para mi sorpresa me encontraba en un despacho, en el que te examinan para poder dar paso a tu ingreso. Yo seguía rompiendo aguas, pero eso no bastaba. La Sra. Pilar, que tuve el placer de conocer esa noche, necesitaba saber de cuánto estaba dilatada para poder pasar esas puertas.

– Bien, ocho centímetros. Ponte la bata y entrad.

No sé porque mi cara fue de alivio. El Chino me ayudó a entrar en una habitación no muy acogedora que se encontraba justo tras ese despacho. Me subí a la camilla (porque no había mucho mas espacio) y le expliqué a la Sra. Pilar que en mi historial tenían mi Plan de Parto y que necesitaba la penicilina. Ella asintió y se limitó a colocarme un cinturón en el vientre, bien fuerte.

– No te preocupes, esto es como un sujetador.

– Si pero molesta ¿no podrías ponerme el inalámbrico?

Se marchó, yo me quedé en la camilla. Por un momento pensé que aquello no se parecía en nada a lo que me habían explicado. ¿Dónde estaban las pelotas, la ducha, el poder andar por el pasillo? Seguro que había un error. La Sra. Pilar volvió, pero esta vez acompañada de dos chicas, una de ellas me dijo con un tono imponente.

– ¿Sabes que llegas demasiado tarde? Debemos ponerte penicilina y ya estás de ocho centímetros. ¿Cómo se te ocurre? ¿Porqué no llegaste antes?

Supongo que podréis imaginar mi cara después de esas palabras. Era una mezcla entre asombro y rabia. Porque al ser mi primer parto y seguir las indicaciones que me dieron, que me echen bronca en esa situación no me hizo mucha gracia. El Chino alcanzó a entrever mi reacción y con una mirada me calmó.

Total, que me pincharon y ahí me dejaron. Sin ninguna indicación y ni caso a mis peticiones. Yo debía permanecer estiradita, calladita y calmadita. Pero estando de parto eso es complicado, así que la situación fue otra. Aullaba, cada vez más intenso y en varias ocasiones me levanté, me arrodillé… lo gracioso es que cada vez que hacía algún movimiento aparecía la Sra. Pilar para advertirme que era mejor quedarme quieta. Así que nada, a aguantar calmadita. De verdad que el alumbramiento es muy diferente a lo que una puede llegar a imaginar.

A esas alturas yo seguía con mi plan de parto natural, sin anestesia, sin aditivos, aguantando, como una campeona. En la posición más extraña y más incomoda que jamás me había planteado, pero así me lo recomendó mi queridísima comadrona, visto que no dejaba de efectuar mis movimientos. Nos bajó un poco las luces y volvió a desaparecer.

De repente irrumpieron mi meditación, la Sra. Pilar y otras dos. En sus ojos vi que venía con predisposición a algo. Entre ellas me abrieron de piernas y mi queridísima comadrona introdujo su fría mano en mi zona sagrada (de nuevo) pero esta vez buscando algo…

– ¡Ajá! ¡Está girada! No está bien colocada.

Ella seguía con su mano dentro de mí, intentando girar algo… una de las chicas me cogía la mano fuerte, o yo a ella. Tengo que admitir que llegados a este punto, tras cuatro horas esperando el alumbramiento yo ya me encontraba más que exhausta. Porque por mucho que una intente aguantar el dolor y dejar que fluya, esa situación se convierte en inaguantable. Así que ante la tentativa de ponerme o no la epidural tuve que decir:

– ¡Sí por favor!

Todo solucionado. En dos minutos tenía a la anestesista en mi habitación haciéndome firmar el consentimiento. El Chino salió a por un café mientras me pinchaban la médula, dejándome literalmente K.O. En esas circunstancias yo no sabía como iba a poder dar a luz, pero tenía la esperanza de que todo saliera bien. Además, según marcaba el cinturón, mi hija, India, seguía bien, aunque atorada.

Pasaron seis horas más de quejidos, medios sueños e incluso fiebre. La habitación se convirtió en una nave a lo desconocido. Durante el proceso una segunda dosis de penicilina corría por mis venas.

Las nueve de la mañana, creo que todas las mujeres que estaban de urgencias en el paritorio ya habían acabado su faena, menos yo. Y eso que la Sra. Pilar me puso oxitocina para acelerar el proceso. Pero nada, seguíamos en las mismas.

Antes de irse, lo intentó una vez más, con su fría mano, girando y estirando dentro de mí. Lo bueno es que esta vez ya no sentía nada, nada de nada. Lo mismo que ella consiguió, nada, pese a tanta perseverancia en sus movimientos. Se marchó deseándome suerte y dándome ánimos para lo que venia.

Esperé pacientemente. Parecían haberse olvidado de mí. A lo lejos escuchaba risotadas, chismorreos… y de pronto abrieron la puerta. Se hizo la luz y una manada de mujeres irrumpieron de nuevo mi meditación. Tenía frío y volvía a dolerme horrores, no me encontraba nada bien. Todo daba vueltas, la preocupación vino a mi cabeza.

No dudaron en volverme a anestesiar. Volvieron a buscar dentro de mí, aunque esta vez ya no era mi Sra. Pilar. Eran otras, otras caras, nuevo equipo. Me llevaron a la sala de parto. Por lo visto estaban dispuestas a acabar con esto. A sacarla sí o sí. A mi no me quedó otra que decir sí. Sí a los forceps.

En un momento montaron la sala. Delante de mí una luz, una mesa repleta de utensilios metálicos, una chica con ojos voraces, otras dos aguantándome las piernas, otra encima mío, mi Chinito aguantándome la cabeza y de pronto otra más llegó con bisturí en mano. Eran las 11AM.

De pronto empezó el concierto de metálica, ellas no lo escuchaban, pero yo sí. Era la más oscura y atroz que sentí jamás. Aunque la epidural estaba allí, podía intuir que aquello fue una auténtica carnicería. Yo pujaba, pero parece que la chica con los forceps hacía mucha más fuerza que yo.

Los minutos pasaban lentos y fue justo en el 31 de ese día último del 2015 cuando ví a mi hija por primera vez, encima de mi pecho, ensangrentada, morada y flácida. Enseguida me la retiraron, para salvarla pensé yo. La odisea aun no había acabado, por suerte el concierto sí. Al ver la cara de mi Chino volví a la realidad, él se encontraba como yo: descompuesto. Bromeamos, por lo visto él también escuchó la música. Nos alegramos al saber que estábamos todos bien.

Menuda noche. ¿Mi consejo? Prepárate mujer, pero no al dolor, sino a lo desconocido.

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